Si hay una palabra que resume la experiencia en Charrúa Madrid, es respeto.
Por el fuego, por la materia prima, por el tiempo. Y en un mundo donde la cocina muchas veces busca destacar desde la exageración, eso se siente como un acto de honestidad.
Ubicado en el corazón del barrio de Justicia, este restaurante no disimula su obsesión: hacer bien la carne. Sin atajos, sin artificio, sin disfraz.
El espacio lo deja claro desde que uno entra. La parrilla está a la vista, en el centro del restaurante, como declaración de principios. Hay piedra, hay madera, hay luz cálida. Pero lo que manda es el fuego.
No se trata de rusticidad forzada, sino de una elegancia funcional. El entorno acompaña lo que sucede en el plato, no lo interrumpe.
Probé el chuletón de vaca gallega madurado más de 60 días, y no hizo falta más para entender de qué va Charrúa. Corte grueso, marmoleado preciso, cocción perfecta. Carne que no necesita decir nada porque ya lo dice todo al primer bocado.
No hay salsas. No hay giros. Solo técnica, fuego, y un producto que se gana su lugar sin pedirlo.
Para acompañar, Valduero Una Cepa. Un Ribera del Duero que proviene de viñas que producen apenas una botella por planta. Taninos pulidos, estructura firme y elegancia sin ruido.
Es un vino que no interfiere. Acompaña, eleva, y se retira. Exactamente lo que uno espera de un gran maridaje.
Charrúa no quiere impresionar. Quiere ser fiel a lo que hace. Y eso hoy, en esta industria, ya es un gesto diferencial.
Es de esos lugares donde se come despacio, se habla bajo y se sale con una certeza: cuando el producto es bueno y el fuego se respeta, no hace falta nada más.
Soy Iñigo Castillo Schmitz, director de Grupo CAL. Ayudo a restaurantes, chefs y negocios gourmet a crecer con estrategia, tecnología y los mejores productos del mundo.